Perspectivas del orbe  viajando en bicicleta.

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Transcantábrica en bicicleta. Día 7. Quintanilla – Potes

Arrancamos el último día de la primera semana de viaje desde este idílico pueblecito de la montaña cántabra en el que hemos pasado la noche. Es un gusto despertar, abrir la ventana, gozar de unas vistas tan privilegiadas y respirar un aire tan limpio. Rusticidad en estado puro. Recogemos los bártulos, salimos de la posada y ponemos rumbo a un nuevo destino. El día es agradable, buena temperatura y día despejado, si bien con un cielo no tan azul como en los días previos. De hecho conforme avanza la mañana, éste va tiñéndose de gris, fruto de la humedad condensada. Para hoy nos espera una etapa que nos llevará hasta la comarca lebaniega, más en concreto a su capital, la conocida y bella localidad de Potes, al pie de los Picos de Europa. El trayecto estará jalonado, amén de la collada de Ozalba que acometeremos recién echados a rodar a balón parado, por el largo puerto de Piedrasluengas, plato principal del menú.

Levamos anclas una vez cargadas las alforjas a la nave y paramos a desayunar al fresco en un recodo de las calles de la localidad, resguardándonos a la sombra de una de sus casucas. Evitamos así los recios rayos de sol y las miradas indiscretas. Tras el llenado de los depósitos, damos inicio a esta jornada de lunes. Nos despedimos de Quintanilla y afrontamos pues, como se ha dicho, las primeras rampas de Ozalba, ahora en sentido contrario a como lo hicimos ayer. Esta cara oeste resulta prácticamente un calco cuantitativamente hablando respecto de la vertiente ascendida la pasada etapa. Seis kilómetros con una tendencia constante en torno al 6-7 %. Pero en lo cualitativo, el panorama cambia, y disfrutamos una vez más de las perspectivas de este valle de Lamasón antes de abandonarlo una vez alcanzada la cumbre, a partir de la cual se abren nuevas vistas camino del río Nansa, igualmente atravesado ayer. En un pis pas estamos ya en Puentenansa una vez concluido el descenso, y comenzamos ahora sí, tras este pequeño prólogo de repetición, el territorio virgen de la senda a transitar. Tomamos mano derecha dirección Palencia y remontando el curso fluvial hacia lo alto vamos de a poco aproximándonos al inicio del largo puerto que nos espera. En este diálogo que mantenemos con la cornisa que separa meseta y tierras norteñas, hoy toca de nuevo subir hasta otra de las atalayas que signan los caminos trazados por el hombre en su devenir por la vasta orografía del terreno, inmune al discurrir del tiempo. Si nos ponemos estrictos y nos ceñimos a la altimetría y a los números, podemos decir que comienza ahora una subida que se prolongará a lo largo de unos treinta y cinco kilómetros, si bien tanta escrupulosidad y precisión en el mero dato no refleja la realidad experimentada. Buena parte del trecho inicial a penas se levanta respecto de la horizontal, y son varios los kilómetros en los que nos encontramos con una pendiente nimia, apenas perceptible.

A poco de dejar Puentenansa pasamos junto al desvío para San Sebastián de Garabandal, lugar de misterio. En esta pequeña población allá por los años sesenta del pasado siglo cuentan que cuatro pequeñas mozuelas fueron testigos de unos extraños fenómenos, de las apariciones de unos seres de luz, como narra la leyenda. Cuentan las gentes que se trataban en un principio, pues las visitaciones a estas pequeñas se volvieron recurrentes durante años, del arcángel San Miguel, que más tarde dio paso según el relato a la misma Virgen. Lugar de apariciones marianas, pues, según el ferviente parecer de los lugareños, o quizás de fenomenología paranormal bajo el prisma de la ufología, para la cual este emplazamiento y su leyenda revistió gran interés desde entonces. La reacción popular a estos sucesos dio pie a una firme tradición de fervorosa devoción respecto a lo aquí manifestado, siendo muchas las personas que tienen desde entonces una reverencial consideración hacia los significados y las resonancias místico-religiosas que este lugar emana. No en vano, ya desde inmemoriales tiempos existió toda una tradición mítica en torno a esta zona como lugar de poder, de alta intensidad telúrica. No lejos de aquí de hecho, en dirección oeste, se erige la Peña Sagra, montaña considerada, como su propio nombre indica, de excelso valor sacral ya desde tiempos prerromanos, por lo que puede deducirse un largo acervo que posiblemente hundiera sus raíces en la más remota prehistoria, cuando ya por entonces ciertos individuos dotados de una fina percepción chamánica pudieron hacer resonar su sentir con el de la madre natura. Hoy en día ese saber y esas capacidades siguen vivas en zahoríes e individuos de gran sensibilidad radiestésica.

Continuamos camino por las leves pendientes que nos van aproximando al comienzo de la subida sensu stricto. Pasamos y dejamos atrás las localidades de Sarceda y Santonis, y llegamos a Tudanca, pequeña y bonita población declarada de interés cultural, con la categoría de conjunto histórico. Hacemos un alto a las afueras para hacer un pequeño tentempié, ya que hay hambre y queda trecho por delante. Una vez finalizada la pausa, retomamos la marcha y encaramos los kilómetros más duros de la ascensión, así como los más atractivos, podría decirse. Vienen pues un par de ellos, el primero en torno al 7’5 y el segundo al 9 %, que introducen la senda por un encajonado desfiladero que hará las delicias de quien por tal angostura se aventure, posiblemente pensando, como quien suscribe, que por ese breve pero intenso lapso la travesía de esta cara del puerto bien merece la pena. El asfalto, cuya trayectoria hasta aquí ha sido eminentemente rectilínea, se vuelve juguetón, retorciéndose en zigzagueantes curvas de herradura hasta alcanzar, tras pasar un pintoresco y exiguo túnel que horada la roca, la central eléctrica y el alto de la presa del pantano de la Cohilla, que pasa a enmarcar el nuevo avistamiento que se abre al frente, con el regio pico Tres Mares al fondo. Dicha atalaya desde sus casi 2200 metros de altura preside el todavía largo trecho que resta hasta la cumbre. Las pendientes se vuelven de nuevo casi horizontales y de a poco se acentúan, si bien muy moderadamente, sin rebasar el 5% de inclinación, siendo esta levedad en las rampas la constante a lo largo de los aproximadamente quince kilómetros que conducen al alto. Cerca ya de la cima, una vez dejada atrás la localidad de Santa Eulalia, se alcanzan dos emplazamientos claves de la subida, por las panorámicas que estos ofrecen. El primero de ellos es el mirador del Zorro, el segundo, el del Jabalí. Desde ambos, a unos 1200 metros sobre el nivel del mar, pueden contemplarse imponentes los Picos de Europa al frente, erigiéndose sus majestuosas agujas calcáreas por encima de los tupidos faldones de bosques caducifolios, los cuales visten con su denso manto a la comarca lebaniega, que aguarda en el fondo del valle. Tenemos la suerte de alcanzar tales hitos con el atardecer, y somos testigos de un paisaje rebosante de magia por lo singular del momento. Los áureos rayos de sol, que decae sereno hacia el ocaso, barnizan con sus tintes anaranjados la llegada del crepúsculo, que impregna con etéreo fulgor la paradisíaca estampa que se cuela entre el transcurrir del tiempo y el discurrir del espacio cual sutil susurro de eternidad más allá de toda dimensión, emanado con su silente destello una fascinante ráfaga que penetra la conciencia y deja en la retina una huella inmune al olvido.

En breve alcanzamos la bifurcación que entronca con la carretera que lleva a la cima de Piedrasluengas, que cogemos a mano derecha valle abajo, perdonando ese par de kilómetros que distan hasta la cumbre, la cual ya alcanzamos en su día hace unos pocos años también pedaleando y cargados con las alforjas, por lo que la renuncia no implica un menoscabo en nuestro curriculum. Comenzamos así un largo descenso de más de veinte kilómetros en el que deleitarse con las panorámicas y la sinfonía de sensaciones que brinda el entorno. Notamos como el aire nos refrigera el acalorado cuerpo y nos abandonamos a la ley de la gravedad, disfrutando de este delicioso postre que pone la guinda a la etapa. La bajada es sencilla, el asfalto bueno. Conforme nos acercamos a Potes vamos percibiendo la fragancia de una comarca llena de historia, enclavada en un privilegiado marco. Uno se emociona al arribar a la puerta de los picos de Europa, un cierto halo mítico envuelve el lugar, y somos partícipes de ese flujo que impregna la memoria de los tiempos, nos abrimos y abrazamos ese misterio, al tiempo que nos sobrecogemos por ello. El caminante y el peregrino están de paso, fugaces son sus pasos como fugaz es el tiempo que lo sostiene. Es en el camino cuando el asombro ante la fugacidad del tiempo más vivamente se percibe. Hoy aquí, mañana allá, todo cambia, uno se pone en sintonía con su naturaleza, con la naturaleza, recordando que no es sino un pequeño testigo de esta gran obra que nos rebosa y envuelve, y ante la cual solo queda el silencio.

Pasamos cerca de la iglesia prerrománica de Piasca poco antes de arribar a la captial labaniega. Desde aquí se abre el valle que en dirección al oeste va a dar a Fuente Dé, con su conocido teleférico, a los mismos pies del Naranjo de Bulnes, rey de la cordillera. Un valle éste que atesora como decíamos una notable riqueza histórica. Fue no lejos de aquí, del lugar en que hoy echamos anclas donde la leyenda sitúa el nacimiento del mítico Don Pelayo, el caudillo norteño de sobra conocido que inició según narra la tradición la Reconquista cristiana de la península, desde los alejados, recónditos e inexpugnables núcleos astures, refractarios a los musulmanes. También en este valle se erige el monasterio de Santo Toribio, vinculado en el medievo a la tradición atribuida al célebre Beato de Liébana, un monje que en el siglo VIII se retiró a la paz del interior de sus muros y de estas montañas a escribir manuscritos, y cuya principal obra, el comentario al Apocalipsis de San Juan, resultó de gran influencia durante la Edad Media. Fue de hecho copiado abundantemente dado su predicamento entre los hombres doctos de aquel tiempo, inaugurándose de esa manera toda una tradición de manuscritos a los que se conoce como beatos, muy rica y profusamente ilustrados, con una característica imagenería que constituye uno de los mayores logros y referentes de la iconografía medieval. Retazos de Historia, ecos de otro tiempo. Ponemos punto y final a esta séptima jornada de travesía. Mañana seguiremos, aunque haremos una ruta por la zona que tenemos marcada en la agenda de cuando planificamos el viaje, con lo que pasaremos aquí en Potes un par de noches. Mañana más, y quién sabe si mejor…

 

 

 

Perfil del puerto de Piedrasluengas

 

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