Perspectivas del orbe  viajando en bicicleta.

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Transcantábrica en bicicleta. Día 8. Salto de la Cabra (La Hermida)

Un nuevo día, comienza la segunda semana de nuestra aventura. Hoy no movemos el campamento, dormiremos en Potes, misma localidad en la que hemos pasado la noche, y desde donde acometeremos la ruta del día, una expedición trazada meses atrás cuando en una publicación cicloturista descubrimos la existencia del paraje al que trataremos de llegar, un bastión poco menos que inexpugnable, a tenor de las pendientes de sus rampas, que tras largos kilómetros terminan allá en lo alto de un lugar llamado el Salto de la Cabra, nombre que ya de por sí nos avisa de lo escarpado de la incursión, no apta para desarrollos largos.

El día es más que apacible y soleado, un martes cualquiera en el que dejarse caer por estos rincones de la Liébana. Hemos descansado bien, y ya que tenemos tiempo de sobra, nos hemos tomado con calma la mañana, durmiendo a pierna suelta y desayunando plácidamente. Dejamos el hostal y echamos a rodar cerca de las tres de la tarde, poniendo rumbo al norte, en dirección a ese tesoro de la geografía que es el célebre desfiladero de la Hermida, bello emplazamiento y todo un reclamo para quien visite esta zona del occidente cántabro, ya lindando con Asturias.

Hacemos unos primeros kilómetros calentando motores a medida que nos acercamos a la mencionada angostura horadada por el río Deva, a cuyo cauce en paralelo pedaleamos. Estamos cansados, nos pesan las piernas, vamos acumulando la fatiga de toda la tralla de los días previos, y lo que nos queda…Por eso la consigna es la de siempre: escuchar al cuerpo y forzar en la medida en que nos deje. Y es por tal imperativo que al poco de comenzar la jornada, ya inmersos en el desfiladero y sin apenas haber hecho gasto, echamos mano al bolsillo del maillot y tiramos de nuestro mejunje ergogénico de confección casera a base de chocolate y miel para que un chute de glucosa rápida nos ponga en disposición de asaltar la cumbre en que hemos fijado las expectativas. Acudiendo a tal condimento esperamos una súbita activación que neutralice nuestra apatía, pero pese al dulce refrigerio, el tono aletargado de la maquinaria hace que su efecto se haga esperar, y es por ello que cuando pasamos junto al pueblo de La Hermida decidimos continuar un poco por el desfiladero rodando en llano sin tomar el desvío que parte de dicha localidad para encarar la subida, esperando sensaciones que nos permitan afrontar el reto. Tal es el estado de tostada que se hace preciso un poco más de tiempo del habitual para desentumecerse, sudar un poco y desengrasar el sistema. En un día normal nos hubiéramos vuelto a casa a descansar cerrando el chiringuito, pero no se está por aquí todos los días, y mañana hemos de continuar camino, por lo que es menester intentar dentro de lo posible cumplir nuestro deseo, estirar la cuerda y no dejar este apetecible filón en el tintero.

Tras un rato dejándonos llevar dirección a Unquera damos media vuelta y volvemos río arriba hasta llegar de nuevo a La Hermida, donde ya más alegres, tomamos el desvío a mano derecha que conduce a la localidad de Bejes. La subida empieza de súbito con una rampa al 14% que quita el hipo y que no se amedrenta a medida que continúa el primer kilómetro de la ascensión, que con una media casi del 11 % inaugura por todo lo alto esta joyita recién descorchada. Las herraduras son una constante en estos primeros compases de la escalada, y con una rítmica partitura a base de curva y contracurva vamos sintonizando con la melodía que nos conduce cuesta arriba. Resulta asombroso comprobar cuando se echa la vista a estribor cómo en apenas un par de kilómetros y unos cuantos chepazos el curso del Deva queda allá abajo, bien, bien abajo…Los segundos mil metros son más suaves, pero igualmente aderezados con repuntes del 13 y el 14%, al término de los cuales se entra en un efímero kilómetro de tregua en el que la pendiente cae prácticamente hasta la horizontal, y que sirve para abandonar la ladera del desfiladero e incursionar en el valle por el que trepa el asfalto. La vía vuelve a erigirse en tres kilómetros de particular agonía en el que se prodigan nuevos rampones que llegan al 15 %, y medias al 11’5%, al 9’5%, y al 8’5% respectivamente; cifras que hablan, o más bien que rugen, por sí solas. Al llegar a Bejes la cosa se complica si cabe, a la par que se pone interesante. Curiosa paradoja ésta, aunque familiar y no falta de sentido para el amante de ese sufrimiento que mengua el glucógeno pero eleva el espíritu, ese placentero sufrimiento, sublime contradicción que trasciende y rompe toda lógica. El sudor y los jadeos son el correlato de ese éxtasis que mueve las bielas. El anzuelo se atisba en lo alto, la fuente de nuestra motivación: llegar arriba, mecidos por el paisaje, protegidos a la intemperie -nueva contradicción, si bien solo aparente, como decíamos, para quien goza de tal suerte-. En esta recóndita y rústica población de montaña el asfalto muere y la carretera, que hasta aquí ha sido buena y de una anchura aceptable para los cánones de la circulación, se estrangula para mutar a la salida del pueblo en una angosta pista cementada que será la tónica de aquí en adelante. El piso por tanto se vuelve prohibitivo para las flacas de carretera, no así para las cosmopolitas gravel o las asilvestradas btt. A partir de aquí se precisa de cubiertas robustas para hollar el sendero, que se hace tortuoso no solo por la mencionada fisionomía del firme, comprometedora por momentos, sino sobre todo por lo acusado de su inclinación. Ciertamente, y por si fuera poco respecto a lo hasta aquí recorrido, el paso por esta montaraz aldea de pastores constituye un punto de inflexión en la dureza de las pendientes, que se suceden en una sinfonía que siempre incluye los dos dígitos, melodía de altura en octava mayor… Abundan el 13, el 14, el 15 y el 16%. Todo ello redunda en unas medias que no bajan prácticamente del 11%, y que en algún kilómetro notablemente las superan. Duelen las piernas, pero el corazón lleva la sonrisa puesta. Las vistas son sencillamente espectaculares. A medida que se ganan metros por esta escarpada pista, se observa como Bejes va quedando ahí abajo, haciéndose cada vez más pequeñita, a la par que las panorámicas se van haciendo más grandes y excelsas. Realmente este es un privilegiado lugar, un insigne rincón donde el silencio de las alturas y el rigor de la roca enseña a los intrépidos lo que Saturno significa. Saturno hace enmudecer con su majestad a quien contempla su dominio, Saturno sobrecoge. Saturno, el señor del umbral, custodio de la severa desnudez, el que amaina sutilmente los velos, que hace menguar el oxígeno, pero que es a la vez garante de extraordinarias experiencias. La segunda parte de esta terrible a la par que fascinante ascensión culmina al fin tras poco más de cuatro kilómetros de armas tomar, a cuyo término se llega a la cumbre, enclavada a 1100 metros de altura. Una subida que comenzó sobre los 100 metros sobre el nivel del mar, diez han sido los kilómetros de ascensión, con lo que echen cuentas: media del diez por ciento, ahí es nada…Aquí arriba las vistas son espectaculares. Puede verse al frente cómo por una de las laderas sube serpenteante el sendero que, solo transitable a pie, conecta el curso del río Deva con la localidad de Tresviso, que aparece en la distancia como colgada en la montaña. Idílica postal. Hasta allí puede llegarse continuando por la pista forestal que a partir de aquí comienza una vez que finaliza el cemento, y que enlaza con la cima del Jitu de Escarandi, otra portentosa y bella subida que conecta Poncebos, en la base norte de la ruta del Cares, con Sotres y la mencionada localidad. Esa para otra ocasión, nos la apuntamos en la agenda. Ahora nos volvemos por donde hemos venido, que se nos echa la hora. Nos tomamos unos minutos para deleitarnos con el paisaje y la magia del lugar, para respirar este aire puro y mimetizarnos con el silencio y la calma del atardecer. La bajada se hace sosegada dado lo irregular del cemento, que no permite coger mucha velocidad. Vamos recapitulando avistamientos ahora en sentido bajada, gozamos del festín. Llegamos de nuevo a Bejes para retomar el asfalto. Hay una leyenda en esta localidad que narra la existencia en un tiempo ya pasado de una extraña criatura la cual moraba por estos lares, una mujer decían, cuando menos de sexo femenino, una errante presencia de aspecto tenebroso que merodeaba el lugar, salvaje, a la que llamaban la Osa, debido a que, como contaban los pocos que pudieron verla, todo su robusto cuerpo estaba cubierto por pelo, incluido su simiesco semblante…Parece ser que habitaba en cuevas, y que se alimentaba de frutos y bayas silvestres, así como de algunos animalillos a los que daba caza. Era reacia al trato con los humanos, y vivía como una bestia más en esta comarca de la sierra de Andara. Historias del folklore popular…En nada estamos de vuelta en La Hermida, y remontamos de nuevo el curso del río por el desfiladero para regresar a Potes, adonde llegamos pedaleando tranquilos y sin prisa. Hemos cumplido la tarea del día, es por ello que nos sentimos satisfechos y damos gracias. Mañana moveremos de nuevo el campamento y continuaremos la expedición para abandonar la Liébana siguiendo el hilo de la cordillera dirección a la provincia de León por el largo puerto de San Glorio. Pero eso ya será otra historia…

 

Altimetría Salto de la Cabra.

 

 

 

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